"Casi un sueño" de María Gabriela Vera

 CASI UN SUEÑO

Amanecía lentamente en el campo y el calor ya podía sentirse. Estaba tendida en la cama, inquieta, no queriendo abrir los ojos pero sentía que las pupilas estaban más abiertas que de costumbre. A mi lado, Fidel, ese hombre fuerte y temido que el destino había puesto en mi camino hace tres años.

Don Segundo Reyes, conocido por sus borracheras y parrandas, una noche cayó en un estado deplorable golpeando la puerta de casa, perseguido por unos maleantes. Mi hermana Sara, mi madre y yo nos despertamos sobresaltadas observando el espectáculo aterrador que se desarrollaba afuera. Mi padre estaba siendo acorralado por los malvivientes, nosotras entre griteríos y amenazas sin saber qué hacer, cuando de pronto aparecieron tres hombres a caballo, y a fuerza de látigo y facón echaron a aquellos y salvaron a mi padre. 

El resto de la historia una más de tantas, fui entregada como muestra de agradecimiento a Fidel, quien encabezo tan arriesgada hazaña. Así, con tan solo 17 años comenzó mi vida en Puerta chica, la hacienda donde trabajaba Fidel.

Si bien mi padre no era un hombre de dinero, pero vivíamos sencillamente de los trabajos de lavandería que realizábamos para una familia y mi padre era herrero y cuando evitaba la bebida podíamos vivir dignamente.

Era 1930 fue cuando mi vida cambio, de niña inquieta a adolescente soñadora pase a ser mujer sin darme cuenta, a aceptar, a resistir, a persistir. 

 Fui llevada entre llantos de mi madre y mi hermana por ese hombre que recién conocía- a quien le tenia una mezcla de agradecimiento y miedo- a la hacienda donde el trabajaba.

La misma quedaba alejada del pueblo,  pertenecía a una de las familias mas adineradas de los Pagos de Areco, propietarios de cientos de hectáreas.

A partir de allí, ya no vi nunca más a mi familia, apenas recibía una carta de ellos a las perdidas y veía a muy poca gente.

Las labores en el campo eran rudas y tuve que acostumbrarme: a madrugar, al frio, a la sequedad de la piel, a hacerme fuerte aun en la debilidad de mi cuerpo y de mi ser. Sentía que no había nacido para esta vida. Mi mundo era otro, al menos el que yo soñaba estaba muy lejos.

De niña, había  tenido el privilegio de aprender a escribir y a leer con una madrina que nos visitaba seguido y me llevaba unos libros y me enseñaba siempre que podía. Yo soñaba algún día con poder estudiar, me gustaba la historia, anhelaba viajar en un barco y ver mares y tierras lejanas, islas. El campo lo sentía eterno, sin límites, era como girar todo el tiempo sin rumbo, sin fin.

Recuerdo la primera noche que  llegue. No esperaba gran cosa pero la desnudez, frialdad y desconsuelo del rancho donde viviríamos me causo total rechazo y odio hacia mi nueva vida. Fidel no aporto esperanza alguna, si bien no fue violento, su indiferencia fue aun peor y sabia cual era mi deber, eso no se discutía, el hombre era dueño de todo.

Absorta en mis pensamientos, finalmente se hizo de día y con ello empezaron mis obligaciones, aún en mi estado de embarazo avanzado, ya había encendido el fuego, calentado la pava, horneado unos panes. Fidel estaba más distante que de costumbre, solo atinó  a levantar la vista cuando casi se me cae un tazón.

  • No me esperes a comer – balbuceo- acompaño al patrón al pueblo seguro volvemos tarde.

El patrón tenía sus negocios y divertimentos en el pueblo en un conocido lugar de descanso llamado “El Tropiezo” y Fidel era quien le cuidaba las espaldas, era su hombre de confianza pero no por eso tenia mayores beneficios o al menos yo nunca los gozaba.

Una vez se fue, me dispuse a salir al campo,  era tiempo de cosechar y no por estar embarazada me iban a excusar. La venida de un niño me causaba esperanza y deseos de no estar mas sola, pero quería sentirme distinta, confiada y eso no lo lograba.

 Ensille el caballo y me dirigí lentamente al maizal, si bien el calor agobiaba, pero cuando estaba en campo abierto,  disfrutaba del aire, de la soledad, del recuerdo. Para la cosecha, siempre contrataban gente que venia de otros rumbos, de otras vidas diría yo. Siempre me resulto curioso y hasta divertido de niña –para matar el tiempo- observar las personas y pensar como sería su vida, cuales serían sus anhelos, sus decepciones, sus amores.  A la hora del almuerzo nos juntábamos todos debajo de una gran alameda y allí nos servían la comida, no era muy rica, ni abundante, no obstante yo con mis 5 meses de embarazo solo había aumentado 3 kilos y no tenía demasiada hambre. Ese día, me llamo la atención una joven sentada en un rincón, no debía tener mas de 13 o 14 años, por el gesto de un hombre que se encontraba cerca de ella, debía ser su padre, podía verse su rostro hermoso de finas líneas y rasgos diminutos pero a la vez consumido, ensombrecido y casi agonizante. De pronto realice un ejercicio,  otra de mis ocurrencias  para entretenerme de niña: observaba el rostro, cerraba los ojos y lo retenía en mi mente durante unos segundos y veía a la persona en su vida, por lo general eran siempre  agradables las visiones, fantásticas como de libros de cuentos. Esta vez, mi intensa búsqueda por trasladarme lejos de mi realidad, me llevo a hacer el intento. La observe una vez mas, cerré los ojos y con estupor pude observar al patrón  intentando aprovecharse de esa niña, era todo  muy oscuro, ella gritaba. En otro lugar de la escena, allí lo vi a Fidel con su cuchillo en mano y estaba el padre de la niña, herido, impotente tendido en el suelo, y ante su resistencia, el lo arrastraba. Como podía ser?  En ese acto, sentí por primera vez una conexión con mi criatura, la sentí aferrada a mí, unida, latiendo y a la vez asustada de pensar que su padre era un criminal.

Pasaban lo segundos y no quería ver más, pero no podía abrir los ojos y terminar con esa visión aterradora hasta que alguien me  tomo por el brazo bruscamente me increpo:.

- Eh usted acá no esta para dormir levántese y regrese a sus labores.

Me sentía perdida, mareada todo lo que había visto era incomprensible. Podía ser que el patrón y Fidel su cómplice hubieran hecho semejante bajeza a esa niña? Y que después de todo eso estuvieran aquí trabajando con su padre, cual esclavos? 

Pensé que tal vez era todo parte de mi imaginación e intente anular ese pensamiento.

En la noche, mientras me dispuse a dormir, fue recurrente esa escena de atrocidad, pero después caí rendida, prometiéndome que no volvería a jugar ese juego, nunca más.

 De pronto, sentí relincho de caballos, perros ladrando casi afónicos, e insistentes golpes en mi puerta.

-Fidel?  Pregunte. Nada. Otra vez más pregunte? – Sos vos Fidel? Silencio pero sentía respiraciones agitadas, algo me incito a abrir. 

Allí estaba desfalleciente, la niña que había estado observando en el almuerzo, toda desencajada, con la vista extraviada, llorando pero con un llanto ahogado. Solo atinó a decir…

- “..el Tata, el Tata” y se desmayo. 

Lo que sigue fue aún más cruento y no quisiera jamás volver a recordar. Unos hombres se me acercaron y  dijeron

 - El Fidel se está desangrando…

Los seguí entre el gentío y la escena teñía de sangre la hermosa y serena noche. Yacían en el suelo, los  cuerpos del padre de la niña y el de Fidel, ambos inertes, sin vida.

Los sucesos que prosiguieron fueron extraños e inciertos, solo sé que actúe con madurez, decisión y coraje. Fui ayudada por un samaritano, a tomar lo necesario para marcharme y lleve a la niña conmigo y nos alejamos lo antes que pudimos de la hacienda.

En el camino hacia el pueblo, aún podíamos ver la luna, alejándose lentamente, como queriendo retenernos, pero a pesar de lo macabro de lo vivido, el aire me renovaba, me inspiraba. 

Fui recibida con todos los abrazos y besos que había extrañado estos años por parte de mi madre y hermana. A mi padre no le guardaba rencor, hoy era otra mujer. La dureza y la aridez del campo me dieron una enseñanza de vida.

Me permití contar esta triste historia pero a la vez es el comienzo de un tiempo distinto. Yo pensaba que odiaba el campo, la tierra, la llanura, la inmensidad porque me sentí pequeña, anegada, absorbida, sin embargo me di cuenta que sin ellos no hubiera podido transcurrir estos años contenida y aun en el desaliento: esperanzada.

Me hice amiga del campo y pude tener uno propio, con la compañía de mis niñas, una del corazón y la otra de mi vientre, alejadas del tirano, de las crueldades de la época, pudimos construir nuestra “dignidad”.


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