"El animal" de Jorge Martínez

El Animal

En las horas postreras de la madrugada Celedonia oyó el ronroneo de un puma. Salto de la cama para asomarse a la ventana mas no vio nada extraño.

Con premura salió al patio y comenzó a encender la leña que serviría para calentar el agua además de cocinar la torta asada, cuyo amasijo tenía preparado.

Con la primera claridad aparecieron las aves que eran su compañía cotidiana, mientras el burro pastaba cerca del rancho. Al mismo tiempo, los cabritos en el corral estaban a la espera de su ritual frecuente.

El dia no se presentaba bien, su hijo Eulogio, con su mujer habían partido en la jornada anterior para realizar trabajos en una finca a cinco leguas de distancia, y celestino su nieto adolescente, no había pasado una buena noche. A ella la invadía el desasosiego.

El clima destemplado de esos días no ayudaría al muchacho para una rápida recuperación.

Afiebrado y con el cuerpo fatigado no iba a levantarse Guadalupe, su nieta pequeña, ayudaba a su abuela. El amor que profesaba por ella le permitía superar sus ganas de permanecer en el cobijo de su cama.

Tomaron unos mates acompañados con la tortilla, para continuar preparando la comida en un caldero para el almuerzo.

El sol generoso fue borrando de a poco el frio matinal producto de una gélida noche.

Celedonia ordenó las tareas para el resto del día, que llevaría adelante la niña.

Cuando tuvo todo organizado, cargó los bolsillos de su larga pollera con mendrugos para consumir durante el día, se colocó un abrigo de lana, ato el pañuelo en su cabeza y se llevó un poncho. Abrió el corral y junto a los cabritos se dirigió al otro lado del monte para el pastoreo.

Transcurrió la jornada, sin embargo al caer la oración, Celedonia no regresaba…

Los niños, inquietos, avisaron a sus vecinos la novedad y éstos rápidos se organizaron para ir en su busca.

Las sombras ya cubrían el lugar y ellos comenzaron a silbar esperando contestación.

Se adentraron en el monte y los silbidos de respuesta se oían a veces cerca y otras lejos.

La noche transcurría sin vestigios de la abuela. Solo el silencio acompaño a los lugareños hasta el final de la madrugada.

Ruidos cercanos en la vegetación los alteraron, al término de una picada vieron una silueta que se alejaba sin poder identificarla.

Inmersos en la bruma del frio amanecer, en un claro del monte la vieron. Allí estaba Celedonia, al pie de un árbol, cubierta con su poncho, ya sin vida.

Al retirar la prenda observaron las heridas en su cuerpo. Las gotas se deslizaban por la piel curtida.

La lluvia empujada por el viento los empapó.

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