"La historia de Teresa" de Patricia Elena Martel Azar.

 La Historia de la Teresa

Empezaron a hablarle del casorio el día que cumplió los veinticinco. Entre que mi ahijada y las amigas jugaban la gallinita ciega el compadre Gregorio empezó a decir que la mujer a esa edad ya estaba para atender el marido, para tener hijos y demás yerbas. Mientras ella intentaba desinflar la piñata yo lo escuchaba y le asentía con la cabeza, aunque por dentro despotricaba en francés. Mon Dieu.Esa mentalidad demodé. La mujer hasta podía votar y el compadre insistía que el matrimonio era la única alternativa.

La Teresa escuchó algo de no quedarse solterona pero como hacía de forma habitual se río a carcajadas. Después que tocaron la canción del cumpleaños en guitarra pidió un cuchillo, cortó la torta y le sirvió una porción a cada invitado.

El Capataz de la estancia de los Colodrero estaba sentado debajo de la Pata de Buey. La mirada fija en el vestido de fiesta de mi ahijada. Parecía embobado. No es porque fuese mi ahijada, pero la Teresa tenía lindos modos. Cabello claro, ojos color miel, buena moza. 

La miraba sonrojado. No imaginaba que ella tenía planes. Ese verano yo la había anotado para cosechar algodón. La había visto ir y venir con la latona sobre la cabeza. De rodillas en la costa del río con la tabla y el jabón de coco.

Cuántas veces se había ido al pueblo en el primer sulky. Ella quería comprar libros, estudiar, ser maestra.

Después que se fueron los invitados el anacrónico de mi compadre la llamó y le regaló un libro. Los mandamientos para ser una buena esposa decían en la tapa.

- Usted que quiere estudiar. Empiece con este manual-le dijo.

Ahí me enteré que el Eugenio, el capataz, había pedido la mano.

La Teresa se largó a llorar.

-Ese hombre gana bien. Usted va a ser su mujer. Va a vivir en la estancia. ¿Qué más quiere? - le preguntó.

-Yo quiero enseñar, trabajar, ser maestra- le contestó entre lágrimas.

-Usted no va a necesitar esas cosas porque va a tener un hombre que le responda. Estudie para ser una buena esposa y cásese que ya está grandecita- le gritó.

Desde ese día hasta que llegó la fecha acordada la Teresa no habló más con su tata.

Esa mañana desperté temprano y fui a la iglesia. El Eugenio con poncho, facón y alforjas de plata. La gente en los bancos y la Teresa no llegaba.

Pasó una hora y ya empezaban a murmurar. Salieron a buscarla, pero no lograron encontrarla. El hijo del lechero dijo que esa mañana había visto una mujer con traje de novia en un sulky. De inmediato dije que debió ser otra chica porque mi ahijada odiaba los caballos y por suerte ellos me creyeron.

Aunque sabía que no iba a volver a verla me sentí orgullosa de ella. 



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